¡Sí! A diferencia de los seres humanos, que se cansan de ofrecer perdón por la misma ofensa una y otra vez, Dios nunca se cansa de perdonar, no importa cuál sea el pecado, ni cuántas veces se haya cometido. Dios es siempre fiel. Envió a su Hijo a morir por tus pecados y ha comprado tu salvación con su sangre. ¿Te echaría simplemente porque en tu debilidad sigues saltando en el mismo charco? ¡Nunca! Dios nunca te abandonará. Punto. Esta es parte de la razón por la que dio a la Iglesia el don del sacramento de la reconciliación. Cuando el sacerdote dice: “Yo te absuelvo”, ¡estás absuelto! ¡Perdonado! ¡Reconciliado! La cuestión, pues, no es tanto el perdón de Dios como nuestra disposición a recibirlo.
Porque Dios es amor y misericordia infinitos, siempre nos los está extendiendo. Como el sol ilumina y emite calor, así Dios ilumina y emite amor. Pero si las cortinas de la ventana están cerradas ¿cómo podría entrar la luz? Nuestros corazones tienen que estar abiertos a recibir el calor del amor y la misericordia de Dios para que surta efecto en nuestras vidas. Por eso, la Iglesia nos enseña varias cosas sobre cómo una persona puede recibir la misericordia infinita de Dios.
La primera condición previa es la contrición. Debemos arrepentirnos realmente de los pecados que hayamos cometido. Dios quiere perdonar, ¡pero nosotros también tenemos que quererlo! Lo ideal sería que tuviéramos “contrición perfecta” por nuestros pecados, es decir, dolor de nuestra alma, detestación del pecado y la resolución de no volver a cometer ese pecado por amor a Dios. La contrición que no proviene de un amor a Dios (por ejemplo, el miedo al infierno), se llama “contrición imperfecta”. Dios sólo necesita un ligero giro del corazón para entrar y perdonar, pero nos hace mucho más bien abrir de par en par las puertas de nuestro corazón cuando llama.
Lo siguiente que se requiere, si el pecado es mortal, es la confesión a un sacerdote. Recordatorio: un pecado es mortal si la acción es seria (grave), si la persona tiene pleno conocimiento de que es seria y si elige libremente hacerla de todos modos. Un pecado es venial si no se cumple uno de esos tres criterios. Aunque una persona puede tener toda la contrición del mundo, a menos que un pecado mortal sea confesado no puede ser absuelto (la excepción a esta regla es si una persona tiene contrición perfecta y es realmente incapaz de recibir la absolución de un sacerdote antes de la muerte).
Cuando un sacerdote pronuncia las palabras de la absolución, los pecados quedan absueltos. Lo que no se absuelve es la responsabilidad de reparar los daños (satisfacción) o la responsabilidad de hacer la parte que a uno le corresponde para “ir y no pecar más”. Si, por ejemplo, una persona ha robado algo, lo ha confesado y ha recibido la absolución por ello, su pecado queda absuelto, pero aún tiene que devolver lo robado, en la medida de lo posible. Del mismo modo, si alguien que lucha contra una adicción o un pecado habitual recibe la absolución, su pecado queda absuelto, pero sigue teniendo la responsabilidad de obtener la ayuda que necesita para liberarse de esa adicción o hábito. El Señor siempre mantendrá su parte del trato. ¿Mantendremos la nuestra? Dios, padre de misericordias, mediante la muerte y resurrección de su Hijo, ha reconciliado al mundo consigo mismo, y quiere reconciliarte a ti también. Te hizo porque te ama, y quiere estar contigo ahora y siempre. Nunca se cansa de perdonar, aunque sea lo mismo una y otra vez. Liberarse del pecado es posible; ese es el deseo de Dios para ti. No hay pecado demasiado profundo, demasiado grave o demasiado habitual que Dios no pueda perdonar. Él quiere caminar contigo hacia la libertad. Ven a confesarte y escucha esas preciosas palabras de libertad que te dice el corazón de Jesús: Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.