En los círculos católicos, quizá ningún otro sacramento suscite una variedad tan amplia de interpretaciones y explicaciones como el Sacramento de la Confirmación. A veces, católicos bienintencionados dicen que no pueden esperar a que su hijo reciba la Confirmación porque entonces por fin estará “eligiendo su propia fe” o la estará “haciendo suya”. Otras veces, oirás a los católicos describir la Confirmación como una especie de graduación, como un sacramento que de alguna manera se relaciona con nuestra madurez: ser confirmado podría asemejarse, en este marco mental, a un bar mitzvahjudío.
Sin embargo, este tipo de justificaciones para la Confirmación tienen más que ver con la experiencia contemporánea y la edad a la que se recibe el sacramento que con la teología de la Confirmación en sí. Dado que muchas diócesis católicas (todas menos 13 en Estados Unidos) admiten a personas para la Confirmación en algún momento entre la escuela media y la secundaria, se ha llegado a considerar como un rito de paso adolescente, como una especie de ceremonia ligada a la madurez o a la entrada en la edad adulta.
Sin embargo, al explorar la historia del sacramento y su teología, lo que vemos es algo que parece un poco diferente. En los primeros tiempos de la Iglesia en Occidente, los bautismos y las confirmaciones eran realizados por los obispos en una única celebración. Se entendía claramente que había dos sacramentos implicados, pero el ritual implicaba ambos sacramentos. Debido a la rápida propagación de la fe y al deseo de bautizar, con el tiempo se dio permiso a sacerdotes y diáconos para bautizar, y los obispos viajaban para confirmar. En Oriente, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía se celebraban juntos, y los sacerdotes solían tener permiso para confirmar. Sin embargo, para mantener el vínculo con los obispos, los sacerdotes sólo podían utilizar aceite crismal que hubiera sido consagrado por un obispo. El vínculo histórico con el Bautismo se mantiene incluso hoy en día, donde el Bautismo de niños es la norma y una posterior recepción de la Confirmación es la norma. En los bautismos de niños, el niño es ungido con el santo crisma, el mismo aceite que se utilizará más tarde para su Confirmación.
La razón por la que estos detalles son útiles es que podemos ver, tanto en la práctica primitiva de la Iglesia como en la práctica actual (especialmente en Oriente), que la Confirmación se da a veces a los niños. Si el sacramento puede darse a los niños, ¿cómo entender su razón de ser? No puede ser que la Confirmación tenga que ver con la madurez o la elección de la fe si podemos ofrecer el sacramento a un niño. Entonces, ¿cuál es su finalidad?
El Catecismo de la Iglesia Católica destaca los efectos de la Confirmación en el párrafo 1303-1305. En el párrafo 1303, leemos:
“La Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
— nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir ‘Abbá, Padre’;
— nos une más firmemente a Cristo;
— aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
— hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia;
— nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz”.
Nótese que, en gran parte, los efectos de la Confirmación son formas en las que la Confirmación profundiza, completa o “confirma” nuestro Bautismo. El Bautismo, por supuesto, nos convierte en hijos o hijas de Dios. Pero la Confirmación “nos introduce arraiga más profundamente” y nos ayuda a ver realmente a Dios como nuestro Padre, y a llamarle “Abba, Padre”. El Bautismo nos une a Cristo, pero la Confirmación nos une más firmemente. Recibimos el Espíritu Santo en el Bautismo, pero la Confirmación aumenta los dones del Espíritu Santo en nosotros. En el Bautismo nos convertimos en miembros de la Iglesia, pero la Confirmación hace más perfecto ese vínculo.
Esto no quiere decir que el Bautismo y la Confirmación sean lo mismo, sino que ambos sacramentos se iluminan mutuamente. En virtud de la unción con el crisma en el Bautismo, se nos señala nuestra Confirmación, y en la Confirmación, se nos recuerda nuestro Bautismo. Sin embargo, no sólo se nos recuerda nuestro Bautismo, sino que, en cierto modo, entramos más profundamente en esa identidad que recibimos originalmente en la pila bautismal. Se nos da más gracia para vivir nuestra vocación bautismal a través del don de la Confirmación.
El Catecismo del Concilio de Trento hace esta observación respecto a la diferencia entre Bautismo y Confirmación:
“Porque los que han sido hechos cristianos por el Bautismo tienen todavía en cierto modo la ternura y la suavidad, por decirlo así, de los niños recién nacidos, y después se hacen, por medio del sacramento del crisma, más fuertes para resistir todos los asaltos del mundo, de la carne y del demonio…” (Traducción de El Catecismo del Concilio de Trento, TAN Books, 1982, página 221).
Más adelante, el Catecismo del Concilio de Trento señala que los fieles reciben, en su propia Confirmación, el mismo espíritu que recibieron los apóstoles en Pentecostés. Así pues, podemos fijarnos en la experiencia de Pentecostés para comprender el propósito de la Confirmación. Desde este punto de vista, vemos una de las distinciones más claras entre el Bautismo y la Confirmación: la Confirmación nos ayuda a ser testigos, a defender la fe e incluso a sufrir.
Tanto el Papa Francisco como el Papa Juan Pablo II hablan de la importancia de que todos los católicos reconozcan su dignidad bautismal, y del vínculo entre el Bautismo y nuestra llamada al discipulado misionero. Este fundamento se pone en el Bautismo, pero es a través de las gracias de la Confirmación que somos particularmente fortalecidos para ese testimonio público del Evangelio.
Al embarcarnos en el año de la Confirmación en la Diócesis de Tyler, abracemos todos el vínculo entre nuestro Bautismo y la Confirmación, y tomemos en serio la llamada que todos hemos recibido a ser testigos de Cristo en nuestra vida diaria.