La Cuaresma es un tiempo penitencial en la Iglesia y un tiempo de renovación y transformación interior. Durante la Cuaresma, la Iglesia nos llama a centrarnos más intensamente en el arrepentimiento, la conversión y el crecimiento en santidad. Es el momento de prepararnos para el Triduo Pascual, cuando recordamos el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús por nosotros y nuestros pecados.
Al comenzar la Cuaresma, recibimos las cenizas en la frente el Miércoles de Ceniza. Son poderosos recordatorios de nuestra pecaminosidad, mortalidad y humilde dependencia de Dios. Reflexionando sobre el significado de estas cenizas, podemos identificar cosas que podemos hacer para que nuestro camino cuaresmal sea más transformador.
Las cenizas nos recuerdan que somos pecadores.
En toda la Escritura, la ceniza es signo de arrepentimiento (Job 42:6; Mateo 11:21). Cuando recibimos las cenizas, reconocemos nuestra pecaminosidad y nos humillamos ante Dios. Las cenizas nos llaman al arrepentimiento por nuestros pecados y por no haber glorificado a Dios.
Durante la Cuaresma, debemos esforzarnos por realizar un examen de conciencia al final de cada día para reconocer nuestros pecados e identificar las cosas que obstaculizan nuestro progreso en la santidad. Al contemplar nuestros pensamientos, palabras y obras, debemos reconocer que nuestros pecados son ofensas contra Dios y nos hieren. Tenemos que arrepentirnos de nuestros pecados y pedir perdón a Dios. Luego rezamos para que la gracia de Dios nos purifique y nos perfeccione.
Una disciplina beneficiosa para nuestra santificación es el ayuno. La Iglesia nos llama a ayunar durante todo el año, pero en Cuaresma, la Iglesia nos llama a ayunar con más regularidad. El ayuno es un acto de penitencia por nuestros pecados (Primer libro de Samuel 7:6) y un acto comunitario de súplica y arrepentimiento (Joel 2:12-18). El ayuno también puede fortalecernos espiritualmente, ayudándonos a tener un mayor dominio de nosotros mismos y a desapegarnos más de los bienes mundanos (Mateo 6:16-18).
Durante la Cuaresma, también se nos anima a hacer otros sacrificios. Podemos abstenernos de algo que nos produce placer y disfrute (tal vez una comida, una bebida, la electrónica, las redes sociales, etc.) y realizar actos caritativos con más frecuencia. El ayuno y los sacrificios son actos y prácticas penitenciales que nos ayudan a alejarnos del egoísmo y a crecer en santidad.
Las cenizas nos recuerdan nuestra mortalidad.
Las cenizas también nos recuerdan que un día moriremos, y nuestros cuerpos se volverán como las cenizas que recibimos. Pero también reconocemos que, aunque esta vida terrenal es temporal, nuestra alma es inmortal. Inmediatamente después de la muerte, compareceremos ante el tribunal de Cristo, y él nos juzgará en función de cómo hayamos vivido (Hebreos 9:27). En última instancia, viviremos para siempre en el cielo o en el infierno.
Aunque es bueno tener aspiraciones terrenales, el objetivo más importante que debemos buscar es la vida eterna en el cielo. Dios nos ofrece gracia suficiente para alcanzar este fin, pero debemos abrirle nuestro corazón. Durante la Cuaresma, podemos reflexionar sobre la realidad del cielo y el infierno y ponderar la vida que nos espera después de la muerte. Además, puesto que esperamos estar con Dios para siempre en el cielo, tenemos que asegurarnos de que nuestra relación con Dios ocupa un lugar central en nuestras vidas aquí y ahora. Por lo tanto, una fuerte vida de oración es vital.
Durante la Cuaresma, la Iglesia nos insta a comprometernos más con nuestra vida de oración para profundizar en nuestra relación con Dios. Para ayudarnos en la oración, la Iglesia ofrece muchas devociones, tal como el rezo del rosario. También podemos acudir a la Misa diaria, a la adoración eucarística, o utilizar la Lectio Divina para meditar. La oración es una conversación con quien nos creó y nos ama. A través de la oración, entramos más íntimamente en la presencia de Dios y recordamos la preeminencia de lo trascendente sobre lo pasajero.
Las cenizas nos recuerdan a Cristo, nuestro Redentor y Salvador.
Cuando nos colocan la ceniza en la frente, el símbolo de la cruz nos recuerda el acto salvador de Cristo. Siendo pecadores, Dios se hizo hombre y se ofreció libremente como sacrificio por nuestros pecados a causa de su amor. En la cruz, Cristo redimió al mundo e hizo posible la vida eterna en el cielo. Jesús mereció la gracia de Dios y nos la ofrece a todos. Por esta gracia, Dios nos transforma en santos y nos permite salvarnos.
La Cuaresma es un tiempo para reflexionar sobre cómo respondemos a la gracia de Dios buscando los frutos de la gracia en nuestras vidas. ¿Son evidentes las virtudes de caridad, generosidad, bondad, amabilidad, paz y alegría? ¿Amamos a Dios sobre todas las cosas? ¿Amamos a los demás, especialmente a los que no están de acuerdo con nosotros, nos critican o nos odian? ¿Vivimos una opción preferencial por los pobres y marginados? ¿Con qué frecuencia actuamos de manera desinteresada?
Además, mientras nos esforzamos por alcanzar la santidad, la práctica cuaresmal de la limosna pretende ayudarnos a crecer en la virtud. La limosna engloba diversos actos de caridad y desinterés. Podemos donar nuestras posesiones materiales (dinero, comida y ropa) a los demás. Podemos dar nuestro tiempo a los demás acompañándolos en sus pruebas, evangelizando, enseñando o simplemente estando presentes para los necesitados. Al dar limosna, atendemos a la llamada de Cristo a amar y servir al prójimo (Mateo 25:31-46). Y a medida que cooperemos con la gracia, Dios nos transformará y nos hará santos.
La renovación cuaresmal
Este camino cuaresmal ha de ser un tiempo de renovación, un tiempo de sanación y un tiempo de conversión. Es un tiempo en el que nos humillamos ante Dios y reconocemos nuestra dependencia de Él. Dios nos llama a una relación con él ahora y para siempre y espera nuestra respuesta. Mientras nos preparamos para la Pascua, reflexionemos sobre nuestra pecaminosidad, mortalidad y las obras salvadoras de Cristo. Y abramos nuestros corazones y dejemos que Dios nos transforme en los santos que nos llama a ser.